lunes, 20 de abril de 2009
Bolivia
Bolivia nació tres veces. Tres. La mataron en dos ocasiones. Pero volvió a nacer. Nació adolescente la vez primera. Una hermosa joven de largas trenzas. La segunda vez Bolivia nació vieja. Un extraño caso para la época. Acudieron a visitarla todos los especialistas del planeta. Los mejores. Nadie acertó a dar explicación a tan extraño caso. No se tenían documentados antecedentes al respecto. Nadie hasta entonces había nacido viejo. El caso de Bolivia era muy particular. Primero por la extraña reencarnación. Normalmente uno se reencarna en algo muy diefernte a lo que ha sido en su vida anterior. Si se ha sido mujer, una se puede reencarnar en página de libro o helicóptero. Si se ha sido flor se puede vivir una segunda vida como tecla de máquina de escribir o aurora boreal. Pero si se ha sido mujer una vez, no se puede volver a serlo de nuevo y mucho menos una tercera vez. Además de exótico se considera denigrante. Pero se ve que Boliva estaba empeñada. Es por esto que su caso suscitó interés en la misma medida que repulsión y odio. Nacer tres veces mujer es demasiado. Nacer vieja la segunda y niña la tercera, casi una depravación. Pero no adelantemos los acontecimientos. Del primer nacimiento de Bolivia como adolescente poco se sabe. Desgraciadamente las fuentes documentales escasean al respecto. Qué pena que el hombre tardara tanto en darse cuenta que había que dejarlo todíto todo por escrito. En fin. El caso es que de la primera vida de Boliva solo se sabe que duró poco. Que vivió feliz. Que fue respetada por sus cercanos. Que fue fecunda. Tuvo aproximadamente 317 hijos, ligeramente por encima de la media para una mujer de su época. Que era bella. Bellísima. Pequeña pero bella. La única fuente documental fiable sobre su vida está firmada por uno de sus coetáneaos, Tupac Amaru, de fecha imprecisa. En este documento, una especie de contrato comunal, se narra cómo las eternas trenzas negras de Boliva fueron usadas por su comunidad como cauce de río y paso de ganadería hasta el día de su muerte. De su último día como mujer adolescente poco se sabe también. Sólo han llegado a nuestros días documentos que atestiguan la llegada de hombres grises que brillaban al sol, con piernas de caballo, largas barbas y acento extraño que dieron muerte elegantemente a toda la comumidad en la que vivía Boliva. Se supone que ella murío en este momento. Nunca se pudo demostrar. Bolivia murió su primera vida y nació vieja en la segunda. Nació enferma. Sin esperanzas. Nació con ganas de morir. Nació resignada. Si la primera vida de Bolivia fue feliz y fecunda, la segunda estuvo marcada por el dolor y la explotación. Toda su segunda vida la pasó Bolivia realizando los trabajos más duros sin recibir a cambio más que desprecio y miseria. Bolivia nació vieja en su segunda vida porque no había esperanzas para ella. Tenía que ser así. Y así fue. Desgraciadamente, la segunda vida de Bolivia, además de la más infeliz, fue también la más larga. Casi 600 años duró su segunda vida. Nació vieja y cansada. Murió exhausta, vacía y con el pecho inflamado de odio.Hace pocos, poquitos años, Bolivia nació de nuevo. Su tercera reencarnación. No se sabe si será la última. Bolivia nació su tercera vida como niña. Manos grandes. Pies diminutos pero de paso firme. Ojos misteriosos y frescos como un bosque sin explorar. Gesto tímido, distante. Como nació niña Bolivia, no conocía el rencor ni el odio. No conocía el miedo y tampoco el amor. No conocía los límites del hombre viejo. Bolivia, como cualquier niña nació con ganas de jugar. Y jugó. Jugó con los niños que limpian las botas de los que tienen zapatos. Y con los cuatro niños hermanos que cantan en la esquina de la calle Comercio con un charango y una flauta a cambio de un trozo de pan duro o el flash de la cámara de algún turista desalmado. Y con la Carmencita, la que presta por unos minutos una báscula para que las señoras controlen su peso a cambio de un pesito y una infancia. Y recorrió las plazas. Intentó jugar con los señores que teclean cartas para los que no saben escribir. Y con la señora que vende tiritas para los callos y masca coca todo el día y toda la noche. A los pocos años, a Bolivia, como a toda niña, le vinieron ganas de hacerse grande. De pintarse los labios, de fumar, de llevar bolso, de hablar de literatura y de quedarse hasta tarde viendo la tele. Aún no se sabe si Bolivia crecerá o vivirá toda su tercera vida con cara de niña. Sólo se sabe que alguien la vio hace poquito sentadita en una fuente lavándose la pollerita. Estaba hablando sola.
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2 comentarios:
Es un relato bellísimo y triste.
Como la música.
Recuerdos de quien comentó varias veces a Gilberto DaCosta.
Besos, precioso. Tus palabras siempre acarician, por lejos que estemos.
Un abrazo gigante...
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