martes, 27 de enero de 2009

No quiero perder Lago Rosario, hay que volver

'La memoria es una tristeza larga'. Una de las tantas frases que he escuchado en Lago Rosario y que ya sé que se me han pegado detrás de la nuca y me van a rondar mucho tiempo. No puedo más que explicaros un poquito qué es Lago Rosario y dejarlas hablar a ellas. Tomo prestadas las palabras del libro 'Memoria del Humo', realizado por jóvenes aborígenes de la comunidad, para dejaros un dibujo histórico, para ayudar a entender. Palabras, sólo palabras. Lago Rosario es, para muchos de sus habitantes, la última parada de un largo peregrinaje hacia la nada. La búsqueda de la tierra más allá de las fronteras, un lago cargado de mitos y leyendas, una escuela para arraigarse en el lugar y el trágico desalojo de una comunidad cercana con el fuego arrasando sus casas y sus pertenencias, constituyen el escenario y la circunstancia en la que se desarrollará la historia de Lago Rosario, pequeña colonia rural ubicada dentro del Municipio de Trevelin, al pie de la cordillera de los Andres patogónicos, en la Provincia de Chubut.
La historia de Lago Rosario comienza, como muchas, con el destierro. Con cientos de años de persecución y expropiación de tierras milenarias. Con un ir y venir. Con una búsqueda.
Hacia 1930, dos familias, los Cheuquehuala y los Millaguala, decididos a echar raíces en el lugar en el que ya habían nacido sus hijos, construyen una escuela y piden al gobierno argentino el nombramiento de un maestro. Desde Buenos Aires les responden que tendrán un maestro cuando los pobladores reúnan un total de 25 niños. Como una ironía del destino, el mismo gobierno de Buenos Aires determina en 1937 el desalojo de la reserva aborigen de Nahuel Pan, a unos 30 km de Lago Rosario, de donde más de 300 personas son desterradas después de habitar en ese lugar durante 50 años, cedido en 1908 por el mismo gobierno que ahora los arrojaba al desierto. Este hecho lleva a que varias familias desalojadas sea aceptadas en Lago Rosario. Se logra así reunir el número de alumnos necesario para que Buenos Aires envíe, finalmente, un maestro a Lago Rosario y con él, el reconocimiento de la población que allí habitaba.

Estas son las mujeres con las que hemos compartido unos días, demasiado pocos. Hacen falta muchas vidas para comprender lo que muchas vidas han dejado en ese lugar. Estas son las mujeres que nos han abierto su casa y su memoria. Mujeres, siempre mujeres. Un universo lorquiano en plena Patagonia. Largas charlas. Largos mates dulces. Y el viento que no dejaba ver. Y el viento que lo borraba todo.

Rosalía Napaimán. El secreto de la araña. Para aprender a tejer lo único que hay que hacer es aceptar dormir con una araña en el pecho, hasta que se revela en tus manos la capacidad de tejer. A Rosalía además le enseñó Petrona, su tía. Pero dice que eso fue lo menos importante. A ella le bastó con querer saber el secreto.
El Invernáculo de Leufemac, compañero y padre de los diez hijos de Rosalía. Viven en casas separadas. Los límites de la familia se extienden y se desdibujan acá en el Lago. No hacen falta teorías posmodernas para llevarlo a cabo.


Isabel Cayecul. La gente dice que aquí la tierra es mala. Pero la tierra nunca es mala. Hay que trabajarla. El problema aquí no es la tierra mala, el problema es que sólo hay médico una vez cada quince días.


Las gallinas se dedican un homenaje con los restos del capón que acaba de descarnar Isabel.




Segundina Anqueo


Manuela Huisca.
Creo que podría estar horas mirando a Manuela. Mirándola mirar. Mira como buscando, como esperando, como manteniendo un diálogo con algo que yo no alcanzo ni a percibir. Sonríe. Se agacha, recoge algo del suelo. Sólo tuve una hija. Sólo una hija. Parece que le pesa más que su cantidad inclaculable de años. Nos abraza. Se cuelga del cuello y te abraza fuerte. ¿Vendrán mañana? Les prepararé unas tortas fritas.




Disculpe, ¿El centro comunitario? Allá, delante de la plaza. Esta es la plaza de Lago Rosario. Con dos columpios y dos toboganes que un ricachón donó, con la mejor intención, no lo dudo. No parece que los niños de Lago Rosario demandaran toboganes y columpios. Lo que él no sabía quizá, es que aquí los niños tienen otras posibilidades de desarrollar su psicomotricidad. Tienen montes infinitos. No viven en el microcentro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Rosalía Napaimán, fallecida ayer, 21 de febrero de 2015, nunca abandonó su Lago Rosario, nunca. Enorme Rosalía, desperdigó fuerza y sabiduría en todos nosotros.
Gracias por esta nota, Marina.